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Thimbleweed Park

Es curioso como van cambiando los gustos de los jugadores, y como géneros enteros que en el pasado eran lo más, cayeron en el olvido. Uno de estos fue el de las aventuras gráficas, que tuvo su momento dulce a principios de los 90, aunque siguió funcionando mas o menos bien hasta finales de esa década. Thimbleweed Park es, ante todo, un juego que apela a la nostalgia de los que jugamos aquellos juegos, especialmente los que hizo la ya desaparecida Lucasarts. No en vano, el hombre que está detrás de todo es Ron Gilbert, que tuvo un papel fundamental en el desarrollo de títulos como Maniac Mansion y The Secret of Monkey Island.

El juego sigue la mecánica de aquellos clásicos, sin concesiones: la acción transcurre en la parte superior de la pantalla, y en la inferior podemos encontrar un conjunto de 9 verbos que usaremos para que nuestros personajes interactúen con el mundo y el inventario en forma de iconos que representan los objetos que cargan. Gráficamente hay que agradecer que Ron Gilbert no cumpliera con lo que prometió en el Kickstarter del juego: no es, ni mucho menos, un juego de 1987. Los personajes tienen el estilo "cabezón" del Maniac Mansion original y del Zak McKraken, pero los escenarios parecen algo más bien salido de un juego de mediados de los 90: pixelados, sí, pero sin ser tímidos con los colores o la complejidad de las escenas. Aún así tiene un aspecto único, por algunos trucos como por ejemplo el dithering absolutamente innecesario que usan en cosas como el cielo, para intentar crear la ilusión de que los gráficos son mas retro de lo que son en realidad. La banda sonora también es más propia de un juego moderno, aunque poco destacable, y el juego está completamente doblado (al inglés, eso sí), cosa que tampoco era técnicamente posible en los 80.

La historia nos sitúa en Thimbleweed Park, ciudad que da nombre al juego y que pasa por su mejor momento. Empezamos controlando dos agentes federales que deben investigar un asesinato, aunque según vamos avanzando llegaremos a tener hasta 3 personajes más a nuestra disposición: al malhablado payaso Ransome, a la friki de Delores y... bueno a un fantasma. Cada uno tiene su personalidad y sus motivaciones, pero acabarán colaborando para llegar a su objetivo común. Porque en este juego, igual que en el Maniac Mansion original, podremos cambiar de personaje casi siempre que queramos. Aunque muchas de las acciones da igual con cual de ellos las realicemos, otras veces no tendremos más remedio que utilizar al más adecuado para la tarea. Otras veces no nos quedará más remedio que coordinarlos para que, por ejemplo, mientras uno distrae a uno de los habitantes de la ciudad otro aproveche esta situación para, eh, tomar prestadas algunas de sus cosas. El intercambio de objetos entre nuestros personajes está a la orden del día, y debemos estar atentos porque es perfectamente posible que lo que necesitemos para resolver un puzzle esté repartido entre varios de ellos.

El guión sigue la estructura típica de las aventuras gráficas, con partes en las que estaremos mas limitados en nuestros movimientos y opciones de acción, pero nuestros objetivos serán claros. Y otras en las que seremos libres de visitar toda la ciudad, pero lo que tenemos que hacer ya no está tan claro y en las que pronto nos encontraremos con un montón de frentes abiertos, tratando de solucionar los problemas de nuestros protagonistas. Hay que reconocerle a los guionistas que los puzzles no son, en general, demasiado absurdos, un mal que sufrían muchas de los antiguos juegos del género. Tampoco son excesivamente complicados, y si nos atascamos tenemos a nuestra disposición un sistema que nos dará pequeñas pistas para poder seguir avanzando.

El mundo tiene un cierto feeling a Maniac Mansion, y de hecho aunque no llegamos a ver la mansión original, en el juego hay varias pistas que nos hacen pensar que no puede estar muy lejos. Poco a poco iremos conociendo a los peculiares habitantes de la ciudad y desentrañando el misterio que encierran Thimbleweed Park y su fábrica abandonada. Aunque el final es, en mi opinión, mejorable, y quedan algunos cabos sueltos, la historia consigue ser lo suficientemente interesante para mantenernos enganchados hasta el final.

Concluyendo, Ron Gilbert y Gary Winnick han hecho un poco lo que les ha apetecido, para eso están los Kickstarter, ¿no? Y gracias a eso, nos han regalado una joyita, un juego que realmente parece salido de la época dorada de las aventuras gráficas, y sin obsesionarse demasiado con recrear las restricciones tecnológicas que había entonces. También un juego que está lleno de guiños y referencias para los que jugamos aquellos juegos, y que así nos entre un ataque de nostalgia. Un homenaje a un género perdido, realizado por dos de los padres de ese género. No es Monkey Island, tampoco Day of the Tentacle. Pero creo que es lo más parecido a eso que se podría haber hecho hoy en día.

Nota media: 9/10
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